CONSTANCIA.
Del latín “constantia”, la constancia es la firmeza y perseverancia en las resoluciones. Se trata de una actitud o de una predisposición del ánimo respecto a un propósito.
Ya desde nuestros primeros años de vida se nos presentan ciertos desafíos que exigen una cierta dedicación, un empeño mayor al que necesitamos para llevar a cabo las acciones cotidianas, y es a través de estas pruebas que moldeamos esa parte de nuestra personalidad que define cuánto estamos dispuestos a esforzarnos por alcanzar nuestras metas.
Ser constante lleva implícito el hecho de enfrentarse a una serie de dificultades, impidiendo que nos derriben, que nos quiten las ganas de seguir adelante hasta conseguir lo que nos proponemos. Y para ello es necesario que se cumplan ciertas condiciones, siendo el interés genuino por la causa una de las más importantes; trabajar durante días, meses o años en pos de un objetivo que no nos inspira, que no nos conmueve, es una auténtica tortura.
Hay un sentimiento muy común entre aquellas personas que no se consideran dotadas de un talento especial, pero que creen suplir la falta de habilidades naturales con su perseverancia. Se trata de una actitud muy acertada, dado que de poco sirve el virtuosismo sin el trabajo constante, sin el estudio, sin la riqueza propia de la experiencia.